La sensación de que “hay que cambiar” llega a la política.
Me ha llamado la atención una parte del artículo de Alex Moga, que transcribo y subrayo:
“Les persones que som al carrer, que parlem amb la gent, que ens obrim a acceptar la crítica, que no som per sobre del bé i del mal i que ens diferenciem de la ideologia de «els nostres i els altres», recollim el sentir d’un poble que desitja que li parlin clar, que li siguin sincers, que siguem honestos, que situem a les persones al centre de la nostra acció i decisió política i sobretot que siguem creïbles amb fets i no únicament amb paraules.”
“Las personas que estamos en la calle, que hablamos con la gente, que nos abrimos a aceptar la crítica, que no estamos por encima del bien y del mal y que nos diferenciamos de la ideología de “los nuestros y los otros”, recogemos el sentir de un pueblo que desea que le hablen claro, que les seamos sinceros, que seamos honestos, que situemos a las personas en el centro de nuestra acción y decisión política y sobretodo que seamos creíbles con hechos y no únicamente con palabras”
Es decir, que ahora, precisamente ahora, hay que poner al CLIENTE (para un político, las personas) en el centro de la acción.
A buenas horas mangas verdes (para los curiosos, los “mangas verdes” eran los “polis” del siglo XV en Castilla que… prácticamente siempre, llegaban tarde al lugar de los hechos).
Está claro que mientras no suceda nada, es decir, mientras los clientes sean seres pasivos, las empresas y también los políticos, siguen a las suyas; solo cuando el mercado les zarandea toman en consideración que su labor primordial, la que ha de permitirles tener beneficios o votos, ha de ser la de satisfacer sus deseos.
Bienvenidos a los dosmil.